Este verano tuve la oportunidad de participar, junto con mi hijo, en un campo de cooperación en familia de la Fundación Acción Geoda (aG) en el Alto Atlas marroquí. Viajamos varias familias, unos amigos de antes y otros ya desde entonces. Capitaneados por Elena y Fernando, parte del alma de aG, y guiados sabiamente por el gran Hafid, “solucionador” profesional, disfrutamos de una experiencia que nos ha cambiado la mirada para siempre.
Más que turismo: un encuentro transformador
Además de maravillarnos con los paisajes de Ifoulou, nuestro campamento base, y otros pueblos en el valle del Tessaout, pudimos acercarnos a los proyectos de desarrollo que aG impulsa desde hace casi dos décadas: acceso al agua, educación infantil y alfabetización de mujeres, fomento de la salud… Yo ya había acompañado hacía siete años a una caravana sanitaria y me impresionó comprobar la evolución en las condiciones de vida de los pueblos a los que atiende aG desde entonces. Queda camino por recorrer, especialmente en el apoyo a mujeres – y antes, niñas – para acceder a educación, sanidad y oportunidades laborales. Ellas son las fuertes de la familia, el sostén del hogar, pero viven “aplastadas” por unas costumbres donde ellas hacen todo, pero son nada. Sin embargo, el avance es visible y esperanzador. Y verlas bailar, cantar y apoyarse unas a otras es toda una fiesta.
Convivir, simplemente
Seamos realistas. No íbamos a “cambiar la vida” de nadie durante esos siete días. La propuesta era mucho más sencilla, y quizá por eso tan potente: convivir, conocer, compartir. Nos abrieron sus casas y nos ofrecieron té; amasamos pan juntos, bailamos, jugamos, conversamos con gestos, sonrisas y mezclando idiomas, visitamos escuelas, nos bañamos en el río e incluso organizamos un torneo de futbol. Nada demasiado ambicioso… ¿o tal vez sí?
Mientras escribo estas líneas, los titulares e informativos se centran estos días en los incidentes en Torre Pacheco (Murcia) y la llamada a la “caza al inmigrante” magrebí. La tensión se alimenta de estereotipos, miedos y bulos que convierten a muchos marroquíes (y argelinos) en España, e incluso a sus hijos españoles, en dianas colectivas. No son personas individuales, son “esa gente”. Y bajo esa categoría cabe de todo, ya sea para idealizar o para demonizar.
Como madre, me preocupa el creciente alcance del discurso de odio y el impacto que pueda tener en mi hijo según crezca. Y pienso en lo importante que son experiencias como el campo de aG para abrir y educar la mirada tanto en la infancia como entre las personas adultas.
Cuando el idioma común es el juego
Frente a esa espiral de odio, la experiencia en el Atlas nos recordó que existe otra manera de relacionarnos: sin edulcorar la realidad, pero limpiando la mirada de juicio previo. De mi hijo y sus compañeros/as de aventura aprendí esa lección.
Nuestros peques no veían “diferencias raciales” ni “brechas socioculturales”. Veían otros niños y niñas con quienes jugar. De aquí, de allí, con lenguas distintas… pero niños/as. No “esta gente”. No colectivos abstractos que suscitan pena, solidaridad automática o condena en bloque. Solo personas con las que a ratos conectas, a ratos discutes porque alguien metió un gol dudoso. Igual que en cualquier patio de colegio.
Bastó una pelota y dos piedras para marcar porterías. Chapuzones en el río, barro en las manos, canciones, bailes y versiones locales del juego de las sillas y otros. Con ganas de pasarlo bien y conectar, el entendimiento llega solo.
La sabiduría de la mirada infantil
Nuestros hijos/as no sentían lástima por quienes tenían menos recursos; de hecho, a veces envidiaban su “libertad”, con menos ojos adultos encima. No miraban “desde arriba”, sino de igual a igual: “me has quitado la pelota”, “eso no vale”, “¡penalti!”. En esa horizontalidad hay un aprendizaje inmenso para quienes a menudo filtramos la realidad a través de categorías y prejuicios.
Cuánto valor tiene reaprender a mirar así: a las personas concretas, no al bloque en el que las colocamos. Sea para victimizarlas (pobrecitos) o para condenarlas (delincuentes), perdemos humanidad en el camino. Nuestros hijos/as parecen saberlo de manera natural. Tal vez nuestro trabajo como personas adultas sea recordar y proteger esa mirada limpia.
Gracias, Acción Geoda, por abrirnos las puertas, por cuidarnos y enseñarnos, y por ayudarnos a aprender de nuestros hijos/as. A veces, para cambiar el mundo, basta con recordar cómo mirarlo sin prejuicios. Si te apetece saber más sobre los campos de cooperación o sobre los proyectos de la Fundación en el valle de Tessaout, te invito a visitar la web de Acción Geoda y descubrir cómo participar o apoyar: Home | Acción Geoda.
Texto: Sonia Felipe, madre participante en el Campo de Cooperación para Familias de la Fundación Acción Geoda.